Tiene 20 años, pero parece una adolescente; tiene un gran talento para las artes, pero no tiene recursos económicos para acceder a lo que le gusta; siente un gran amor por su padre, pero no vive con él. Eso sí, tiene una madre que lo da todo por ella.
En una conversación con la diseñadora Marisol Henríquez salió el nombre de Astrid. Ella hablaba de las clases que le imparte a un grupo de jóvenes que quiere aprender sobre costura. “¡Ay, Marta, tengo una muchachita más chula! Ella tiene una condición, no escucha bien, pero está trabajando el tejamaní a las mil maravillas”. Había que prestarle atención a estas palabras.
“Anjá, ¿y cómo escucha las clases?”. Se le preguntó. “Ella tiene su aparatito. Es una muchachita delicadita, parece una niña, flaquita, pero con mucho talento. En realidad, ella terminó el bachillerato y quiere hacer una carrera, pero no cuenta con los recursos, así que mientras tanto, ella está aprendiendo costura conmigo”. Eso respondió Marisol. No se quiso más. El tema se tornó interesante y LISTÍN DIARIO no perdió tiempo.
Al día siguiente, Astrid Cubilete y su madre Esther Pontier ya estaban contando su historia.
“Hola, Astrid. Eres muy bella y talentosa”. Se le dijo mientras ella mantenía su cabeza agachada trabajando en la técnica de tejamaní. Lo hacía con precisión y como toda una experta, y Raúl no tardó en captar el momento. Apenas se le puede entender lo que habla, pero su madre la entiende a la perfección.
“Ella está aquí aprendiendo, porque no quería que siguiera sin hacer nada. Terminó el Bachillerato y no ha podido entrar a la universidad, porque en realidad lo que quiere es estudiar animación en Chavón, pero no tengo los recursos económicos para costearle sus estudios”. Contar esta parte de la historia de su única hija, la pone melancólica, pero continúa ofreciendo datos con la esperanza de que en algún momento, Astrid pueda lograr su sueño.
Esther es como la voz de su hija. La forma en que la mira, el trato que le dispensa, el amor que le profesa y la fe en Dios que asegura tener la llevan a no desmayar en la búsqueda de una beca para Astrid. “Yo sé que veré a mi hija triunfar haciendo lo que le gusta”. Se le salen las lágrimas al decir esto, no de la impotencia que siente por no disponer de dinero para pagarle la carrera a su hija, sino por la certeza que tiene de que el Señor la ayudará a celebrar el éxito de su “pequeña”.
Esther no se cansa de elogiar y admirar a su amada Astrid. “Ella no sólo es mi única hija, es también un hermoso regalo que me dio el Señor. Nació de una libra y 12 onzas, duró 19 días en intensivo, y yo cinco. Era mi hermana la que me ayuda, la que la calentaba porque fue un proceso muy difícil, pero Dios nunca falla”. Agradece al Señor. El desarrollo de la niña fue paso a paso. Entrega, cuidado y amor fueron el trípode que le ayudaron a ver a su niña crecer. En el camino, un diagnóstico de que Astrid tenía un trastorno auditivo no detuvo a su madre en la búsqueda de soluciones para que la situación no se complicara. Es así como tras visitar a varios especialistas, logra que ella escuche y que, aunque no perfectamente, pudiera hablar. Es una madre de armas tomar y lo demuestra en cada detalle que ofrece sobre todo lo que ha vivido desde que nació su niña.
SE FUE SU PADRE
Pero en la vida de Astrid lo más difícil no ha sido su problema de audición. “A ella lo que más daño le ha hecho en la vida fue cuando su padre, hace como unos seis años, se fue de la casa y nos dejó”. Detiene el relato, no porque ella no haya superado la separación, sino porque sabe cuánto le ha afectado a su hija su partida. “Cuando ella supo que él no volvería le dio una tos que le duró meses. Eso era médicos iban y médicos vienen, y nada, seguía, hasta que la llevé a un psicólogo que fue quién dio con el problema: una depresión por la mudanza de su papá la marcó”. Ya ha ido sanando, pero igual, admite que lo extraña.
Por haber nacido con una discapacidad auditiva, Astrid ha presentado diversas dificultades para hablar. No es que no lo haga, pero apenas se le entiende lo que dice. Eso sí, las limitaciones de esos sentidos, al parecer le han multiplicado las destrezas y habilidades de sus manos. Tiene una creatividad increíble para dibujar y convertir en arte lo que le gusta.
“A ella le fascina la cultura de Japón. Le gustan los personajes animados de ese país y, pone a volar su imaginación creando figuras propias inspiradas en ella, pero con las características japonesas”. Esto lo cuenta su madre Esther, mientras le pedía a su única hija que mostrara el termo con la imagen que ella misma logró.
Astrid busca lo solicitado por Esther, su madre y en su rostro se puede advertir lo orgullosa que está de lo que hace con sus manos. Tanto es así que, a la petición de que dibujara algo, no tardó en tomar lápiz y papel para dar forma a lo que en ese momento había en su cabeza. Trazaba líneas y borraba imperfecciones dejando claro que apuesta a lo bien hecho. Rául lo captó.
Ver sus manos frágiles dedicarse a construir esas líneas no dejaba dudas de que puede que sean delgadas y pequeñas, pero que tienen una fortaleza capaz de llenar sus propias expectativas. Se nota que Astrid no quiere poner a dormir sus sueños. En lo que llega la oportunidad de estudiar animación, se la pasa poniendo a prueba su talento. De hecho, para motivarla y mantenerla ocupada, fue que Esther habló con Marisol para que le enseñara costura. Es ahí donde cada día aprende más sobre el área de la moda. Esta jovencita está aprendiendo a realizar la técnica del tejamaní, además de bordar y coser junto a otros compañeros.
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